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El
respaldo de la cama era terriblemente incómodo. Escuchaba el tic tac
del reloj más fuerte de lo normal. Se sentía muy sola y temerosa en
la habitación del hospital. Enfrente de ella se encontraba una
enfermera dormida en un sofá, sosteniendo un par de papeles sobre
sus piernas. La señora Elisa cavilaba con tristeza en memoria de sus
padres, recientemente asesinados en un atraco. Le costaba ver que
hubiera tanto odio alrededor. De eso era de lo que todo se trataba. Y
no del odio hacia otros, sino a uno mismo. Si realmente no tuvieran
ese sentimiento, no harían daño a nadie.
La
puerta se abrió bruscamente, interrumpiendo así sus pensamientos.
Gael
entró sigiloso al percatarse de que la enfermera estaba dormida. Y
le dio a Elisa un beso tierno en la frente, mientras que ella asentía
a todas las preguntas que él le hacía. No tenía ánimos de hablar.
La
enfermera despertó al abrirse la puerta por segunda vez. Se levantó
a checar a la paciente dejando de lado los papeles, y salió
enseguida.
A
Elisa le brillaron los ojos al ver a Ariana. Como una mamá amorosa y
preocupada, no solo cuidaba a su hija, sino que la sobreprotegía. Y
lo hacía más desde hace algunos años, cuando los médicos les
habían dicho que su hija sufría una especie de amnesia, siendo
exactos, un Estado de fuga. Estaban seguros de ello, por algunos
episodios que Ariana había tenido con anterioridad. Y que, por
fortuna para sus padres no llegaron lejos. Les explicaron que es
cuando alguien se ausenta de uno mismo inesperadamente, haciendo que
no recuerde su vida pasada, ni lo que hizo en ese lapso de ausencia
al volver a ella. Es un estado que puede durar desde minutos hasta
años.
Ariana
abrazó a ambos, los sentía tan vulnerables, que sintió, por
primera vez, que podía cuidar de ellos sin ayuda de nadie.
Se
retiraron del hospital, después de que Elisa había pasado las
últimas veinticuatro horas ahí.
Era
un día nublado con mucho viento. Para cuando llegaron a su
apartamento la lluvia ya se hacía presente.
Durante
la cena hablaron de cosas peculiares. Ariana no quería volver a ver
a su mamá llorar. Sólo deseaba que pasara un rato sereno. Aunque
fuera uno muy corto. Por eso, evitaba a toda costa el tema de sus
abuelos. Los cuales iban a ser cremados al siguiente día. No habría
ningún tipo de ceremonia religiosa. Y como última petición, sus
cenizas permanecerían en la casa donde vivieron juntos toda su vida.
Si la demolían, la vendían, o hacían cualquier cosa que quisieran
con ella, no les importaba, sólo querían permanecer allí.
La
cama no estaba hecha, y había olvidado su teléfono en el tocador
detrás de su loción. Lo buscaba, pero no lo veía por ningún lado.
Se rindió y se acomodó para dormir.
Al
cabo de un rato, escuchó el sonido del timbre de su celular. Lo
encontró enseguida. Pero no tomó la llamada, porque no tenía
guardado el número, y por tal razón, se imaginó de quien podría
tratarse. Volvió a sonar, pero Ariana cortó la llamada
inmediatamente. Después le entró un mensaje. << Te extraño.
>> Leyó. Un escalofrío recorrió su cuerpo. Siempre se las
arreglaba para conseguir su número. No importaba que lo bloqueara o
que ella cambiaria de número.
Y
sólo se le acercaba cuando la veía sola, pues era cuando más
vulnerable le parecía a él.
El
último día de clases para salir de vacaciones de la Universidad, la
empujó para meterla al baño de hombres tapándole la boca. Allí
intentó besarla, pero ella lo pateó al tiempo que gritaba. El
director con llave en mano abrió la puerta, porque un alumno que
quería entrar al baño en ese momento, la escuchó gritar, y fue en
su ayuda.
Jamás
se había atrevido a contarles nada a sus padres acerca de él.
Porque la tenía amenazada con hacerles daño si lo hacía.
Usualmente,
lo veía por la ventana asomándose detrás de un árbol, o
simplemente parado frente al apartamento fumándose un cigarrillo.
Tiraba las colillas afuera del edificio, y un vecino que ya lo había
visto hacerlo en repetidas ocasiones, siempre le decía que iba a
llamar a la policía si seguía así. Este lo ignoraba, y se marchaba
después de fumarse otro y de tirar la colilla.
Ariana
batalló para conciliar el sueño, pensaba temerosa en Sebastián.
Era
una tarde de viernes ventosa. Las amigas de Ariana, la habían
invitado al teatro desde hace meses, por el cumpleaños de Renata. La
obra en escena era una de las favoritas de su amiga, la cual se había
estrenado hace sólo unos días.
Ciertamente,
no se sentía con ningún ánimo de abandonar su cama, pero tampoco
sabía cómo disculparse con sus amigas por no ir, aunque ellas
sabían el estado actual de su familia y no se molestarían. Pero,
aun así, Ariana se sentía mal por no asistir, y ni siquiera había
respondido a sus mensajes de la mañana.
Elisa
tocó su puerta, cosa que regularmente no hacía, y entró sin
esperar respuesta. Contempló a su hija con el semblante triste.
Recordaba que ese día tenía una cita para ver “El baile de la
percepción”. La animó a que fuera, ya que ella y Gael tenían
asuntos que atender. Ariana bufó, parecía que su mamá se quería
deshacer de ella. Y le parecía algo ingrato, ya que la había estado
apoyando demasiado con la muerte de sus abuelos. Estuvo con ella toda
la noche sin dormir en el hospital, velando por que no la volvieran a
atacar los nervios. Y ahora, que se sentía culpable por abandonarla
en una situación así, quería que se fuera. Eso la molestaba, pero
sin más, aceptó ir.
La
dejaron en el teatro alrededor de las cinco. Renata y Gabriela ya
estaban ahí. Ariana había envuelto el regalo en una caja morada.
Luego
de abrazos y felicitaciones, entraron al teatro. Ninguna de las
amigas se animó a sacar el tema del asesinato. Pensaron que de nada
serviría, sino solo la empeorarían más, pues la conocían, y ya
que en ocasiones así era mejor hablar, con Ariana pasaba lo
contrario.
La
función finalizó al minuto ochenta.
Subieron
al carro de Gabriela donde estuvieron detenidas un rato charlando
sobre la obra. Antes de arrancar, Ariana salió del auto para ir al
baño, caminó dos manzanas para llegar al teatro, y se detuvo en la
entrada de este, volteando a ambos lados. Se cruzó de brazos
tratando de disimular que no sabía en dónde estaba, ni que hacía
ahí. Le pasó por la mente la idea de que iba a entrar al teatro,
por lo obvio de en donde estaba plantada, pero para nada le sonaba
aquello.
Se
hizo a un lado para no estorbar a la gente que pasaba. Observó
detenidamente a su alrededor. Estaba muy confundida, y por tal razón,
no sabía qué hacer.
Al
cabo de unos minutos, decidió caminar en dirección opuesta del
lugar en donde se encontraban sus amigas.
Anduvo
varias manzanas, y se detuvo frente a un café. Entró y escogió una
mesa del fondo para sentarse. Era un lugar colonial. Un mesero se le
acercó a tomarle la orden, pero Ariana aún no se decidía, ni
siquiera se había dado cuenta de si traía dinero. Cuando se alejó,
tuvo la sensación de voltear a la entrada del lugar, pues se sentía
observada. Un joven no le quitaba la vista de encima. Se sintió
incomoda y desvió la mirada hacia el estante en donde se encontraban
los pasteles. Después se paró para ir baño, casi olvidaba que por
ese motivo había entrado al café. Al volver a su asiento. El joven
se le acercó. Le hizo una seña con la mano que significaba si podía
sentarse. Ella negó vehemente. Sebastián ignoró su respuesta y se
sentó sin decir nada.
Se
prolongó un silencio que parecía no tener final. Ariana tentó en
irse. << Pero ¿por qué habría de hacerlo? Fui yo quien
eligió aquí. >> Pensó.
Sebastián
esperaba impaciente a que dijera algo, lo que sea. Y ciertamente,
estaba muy sorprendido de que ella no había huido. Así que, le
pasaba por la mente lo que le podría estar pasando, no quería
arruinarlo.
Tomó
valor para presentarse y titubeó antes de hacerlo, solía ser muy
seguro de sí mismo, sólo que, con esta nueva fase de Ariana no
sabía cómo podían presentársele las cosas. Ella también estaba
insegura, pero no quería que se le notara. El mesero volvió a
acercarse, y ambos pidieron un vaso de agua. Luego de sus respuestas,
se guardó su pequeña libreta en el pantalón, y de mal modo les
avisó que si no ordenaban algo del menú se tendrían que retirar.
Dicho eso, fue por sus vasos de agua.
Sebastián
le hizo una confesión a Ariana, diciéndole con una sonrisa que la
verdad en ese momento no contaba con dinero para un lugar como aquel.
Aunque Y con timidez, ella le confesó que tampoco traía. Entonces,
él la invitó a salir de ahí. Se fueron sin que el mesero se diera
cuenta, así que, al llevarles los vasos de agua y no verlos, se
irritó.
Renata
y Gabriela ya no sabían en dónde buscar, ni qué hacer. Ya habían
ido al teatro, y a los alrededores. Se encontraban desesperadas, su
amiga no había vuelto en dos horas.
No
se les ocurría como podrían localizarla, pues su teléfono estaba
en el coche dentro de su bolsa.
Ya
se imaginaban lo que le habría pasado, o tal vez exageraban respecto
a eso, y sólo era una coincidencia, y Ariana se entretuvo con
alguien en algún lado. También creían que la pudieron haber
secuestrado, y entonces se asustaban aún más, pensando que estaban
exagerando de nuevo.
Como
última alternativa y para no estar perdiendo más tiempo, Gabriela
le dijo decidida a Renata que tenían que hablar con la mamá de
Ariana. No querían hacerlo hasta tener algo claro, y también porque
a ratos tenían la vaga esperanza de que ella regresaría.
Renata
estaba nerviosa y no se animó, así que lo hizo Gabriela.
A
Elisa le acababan de entregar la urna con los restos de sus padres. Y
en ese momento, su celular empezó a vibrar, se alejó para
atenderlo. Y cuando respondió, su mirada se perdió en ningún lado.
Gael se acercó a preguntarle que qué pasaba.
-Se
fue. –respondió secamente.
Su
esposo comprendió enseguida lo que acababa de decir. Llamó a la
policía, quienes le dijeron que no podían hacer nada hasta que
pasaran veinticuatro horas.
Elisa
se sentía tan culpable, no solo por haberla dejado ir, sino por
insistirle a que fuera. Siempre la protegía demasiado, y por un
instante en que quiso soltarla un poco. Pasó lo que más temía que
le pudiera ocurrir.
Pensó
que jamás volvería a verla.
Sebastián
y Ariana caminaban por las calles bajo la noche mientras hablaban de
sus pasatiempos, en particular. De hecho, era ella la que escuchaba,
pues no estaba preparada aún para mencionar algo de lo que en
realidad no estaba completamente segura. De vez en cuando dejaba de
escucharlo, poniendo atención a su alrededor. Empezaba a dejar de
sentirse un poco perdida cada reconocía lugares.
Sebastián
era un buen amigo. Y estaba agradecida con él porque le había
devuelto su nombre. Ya no se sentía como una extraña consigo misma.
Todo le parecía natural, o eso quería creer. Quizá estaba creyendo
ciegamente, por la impaciencia de saber quién era, y de dónde
provenía.
La
central estaba cruzando. El pueblo se encontraba a cuarenta minutos
de ahí.
Martes,
2 de marzo 1989.
Hoy
desperté en este parque, y escribo esto sobre una servilleta ya
usada que encontré tirada, le pedí prestada una pluma a una señora
muy amable. Tal vez podría tener la edad de mi mamá, si la
conociera.
Traigo
puesta ropa limpia, pero no recuerdo qué hago aquí, y mucho menos
quién soy. Quizá me golpeé fuerte la cabeza. No lo sé.
Ya
estuve caminando cerca de aquí, tratando así, de despabilar mi
mente y poder recordar algo, cualquier cosa, por insignificante que
fuera.
Vi
un café que robó mi atención. Ya no estaba en funcionamiento. Le
pregunté por el al señor de la florería de junto. Y me comentó
que lo habían cerrado hace tres años porque había quebrado. Por
dentro parecía como que había sido un lugar agradable.
Estoy
escribiendo esto porque quiero guardar mis memorias.
Y
espero recordar pronto quién soy, sino pasa, continuaré mi vida
así, pero mientras, permaneceré sentada un rato en esta banca.
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