- Get link
- X
- Other Apps
Hablemos de
una situación evidente: El arte como fenómeno cultural ha sido
alterado en su fibra más esencial. Una nueva concepción toma
fuerza, no sólo en el método de trabajo del artista, sino en la
forma en que el espectador interpreta las piezas artísticas. Ya el
filósofo alemán Walter Benjamin, animado por su carácter
visionario, había reflexionado sobre este nuevo talante del arte en
un ensayo titulado La obra de arte en
la era de su reproductibilidad técnica.
El texto
que salió a la luz en medio de una coyuntura histórica marcada por
la inestabilidad generada por el advenimiento de los nacionalismos en
Europa, presenta una nueva forma de entender el arte en el núcleo de
las incipientes sociedades industriales. Para esta nueva concepción
el filósofo alemán destaca el papel de las revoluciones
tecnológicas y su influencia decisiva en la técnica artística. El
cambio sustancial ocurre, según el filósofo, cuando las piezas
artísticas se reproducen en serie de forma ininterrumpida en
cualquier medio o superficie. Este potencial de
reproducibilidad altera definitivamente la obra y la convierte en un
objeto de consumo. Podemos tomar como ejemplo a la Monalisa de
Leonardo Da Vinci, quizá la obra más reproducida en la actualidad.
Ya no tenemos que viajar al Louvre en París para conocer la pintura,
al contrario, debido a su presencia intimidante en casi toda nuestra
cotidianidad, es casi imposible no conocerla.
Esta
“industrialización” de la imagen genera por consiguiente un
cambio en los criterios de percepción. El también filósofo
Eduardo Cadava, entusiasta de la teoría de Benjamin, cree que esta
condición, lejos de favorecer al arte lo afecta de manera negativa.
Cada vez que una obra se reproduce se acerca cada vez más al abismo
del desconocimiento, hay digámoslo de cierta forma, una infidelidad
al original que conduce a la extrañeza. Entre más popular es una
pieza artística es más factible que la intención inicial del
artista se difumine entre la infinidad de interpretaciones que
resultan de esta abundancia descontrolada.
Otro
aspecto capital por destacar en este giro de la percepción se
refiere al estatus del espectador. La producción en masa de imágenes
artísticas termina por impactar a personas antes vetadas por su
condición social. Ocurre entonces que la élite letrada cede sus
privilegios intelectuales para que cualquiera pueda disfrutar de los
bienes artísticos. Benjamin, que se debatía entre la época
romántica y una nueva era mucho más práctica escribió con
nostalgia: “el arte pierde el aura cúltica que previamente lo
elevaba como una sagrada reliquia, por encima del profano mundo
cotidiano del espectador”.
Es claro
que la referencia de Benjamin hacía el mundo profano no es otra cosa
que el coletazo de una élite intelectual que veía como el arte
entraba a formar parte del dominio público. Benjamin da voz a
los aristócratas que pierden la exclusividad, es el abanderado de
las elites pierden su distinción. Por lo demás su concepción es
clara, el arte está ligado a lo sagrado y sólo las mentes
privilegiadas están a la altura de estas reliquias de la humanidad.
Sin
embargo, pese a que este coloquio con Benjamin nos haya dejado un
tanto desesperanzados, hay otros factores a tener en cuenta que nos
obligan a mirar este fenómeno de forma distinta. Que el arte
se haya convertido en un objeto de consumo no quiere decir que haya
perdido su contundencia simbólica. Al contrario, su papel es cada
vez más activo. Es obvio que sus funciones se vieron alteradas al
entrar a ser parte del dominio popular, pero esto no desmerita en
nada su nuevo carácter.
Este giro
en la naturaleza del arte ha generado una nueva generación de
artistas, que lejos de refugiarse en la nostalgia de lo excepcional,
han aprovechado la condición popular del arte para generar hechos
que superan lo meramente estético. Se trata de aprovechar la
popularidad del arte y su acogida simbólica para generar debates
abiertos y construir conocimiento. Es así como el artista se
convierte en un sujeto activo al dinamizar su campo de acción. A
veces este vínculo con la sociedad se hace tan estrecho que el
artista termina por involucrarse de lleno en la promoción cultural.
El artista
ha salido de su autismo de buhardilla para buscar nuevos escenarios,
el lienzo se ha quedado rezagado para darle pie a otros formatos como
los muros de las calles, las prendas de vestir y las plataformas
multimedia. También los egos se van diluyendo y se forman colectivos
de artistas, grupos que abogan por las reivindicaciones sociales. Es
de esta forma que el arte se convierte en un instrumento de
interacción social, la obra pasa a un segundo plano y se da
privilegio a la atmosfera, al espacio artístico, al diálogo y a la
interacción de distintos imaginarios. Todo esto siguiendo el proceso
de popularización de las iniciativas culturales.
Las piezas
artísticas también salen de la comodidad del museo y se forman
exposiciones en bodegas y casas abandonadas, generando así nuevos
espacios de significación con el público. Cada vez hay más
espacios de participación. Un fenómeno muy común en varias
capitales del mundo son los circuitos artísticos que se forman en
los barrios marginales.
Toda esta
oleada artística es ejemplo tangible de cómo a través de la
divulgación y la intención pedagógica el arte fortalece su
presencia dentro de la cultura. Es a través de estos espacios,
que hoy son pedagógicos y casi siempre gratuitos, que el público se
reconcilia con el arte. Estamos muy lejos de lo que proyectaba Walter
Benjamin, el arte no ha perdido su magia. Sólo debemos entender que
esta magia tiene una naturaleza distinta, una mucho más ligada al
hecho de que la obra de arte está a nuestro alcance y que puede
ofrecernos infinitas posibilidades.
Comments
Post a Comment