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Resumen:
Uno
de los narradores contemporáneos que mejor ha definido la
deshumanización como efecto inminente de la creación de los
entornos tecnológicos ha sido Don DeLillo. Su obra analiza motivos
que han influido en las políticas y economías de la última
década del siglo pasado y en los albores del siglo XXI,
especialmente, porque el terrorismo, la interculturalidad, la muerte
como negocio y como debate ético y la globalización desigualitaria
arbitran muchos de los argumentos de sus novelas. Ruido
de fondo,
escrita entre 1984 y 1985, es un ejemplo de la magnitud formal y
estilística de un autor que apuesta por la innovación del lenguaje
para poner en crisis la homogeneidad de los poderes fácticos
imperantes. En esta reseña, analizamos algunos de los motivos
mítico-temáticos más significativos de esta novela, como ejemplo
de todo el imaginario de DeLillo.
Palabras
clave:
DeLillo – crisis – novela – muerte – ética – debate
político.
Inherente
al ser humano, lógicamente existe el ansia de la supervivencia y, en
más de una ocasión, cada uno de nosotros se ha planteado si el
final de nuestra vida es completamente conclusivo y terminal. El
hecho de reconocer que nuestras biografías son limitadas puede
condicionar, y de hecho así sucede, nuestra percepción ante la
vida.
Lo
que mejor define la poética de Don DeLillo es que, sin abandonar sus
temas recurrentes en cada una de sus novelas, en Ruido
de fondo,
apuesta por una tesis concreta, como en cada uno de sus ejercicios
literarios, sobre la que giran el resto de sus motivos míticos.
Antes
de detenerme en el análisis temático de la reedición de 2016,
realizada por Seix-Barral en su colección de Narrativa
Contemporánea, (recordemos que la obra fue escrita entre el 84 y el
85), quisiera reparar en una de las características formales que
caracterizan la narrativa del escritor americano y es esa licencia
paradójica que se toma DeLillo para crear en el lector una clase de
atmósfera caótica, donde las tramas secundarias, los detalles
nimios y triviales, las estructuras paralelas, las elipsis
contribuyen a crear una especie de lenguaje propio que transciende el
estilo de cualquier otro escritor de su generación.
Considero
que DeLillo es de los pocos creadores que reconoce que, tras Faulkner
o Steinbeck, el logro de rozar con los dedos el concepto ambicioso de
la gran novela americana es prácticamente imposible, además de
estúpido.
Nada
puede explicar mejor el horizonte al que hemos llegado que la propia
trivialidad, la urdimbre de una posmodernidad asentada en la
digitalización, la tecnocracia y las continuas interferencias que
crisis económicas y manipulación de medios producen en el individuo
para amedrentarlo, incluso extinguirlo.
Ese
ruido de fondo no es accidental y ahí radica la verdadera naturaleza
de un título que define perfectamente, no solo el contenido de la
novela, sino también la propia génesis de una poética que no se
frustra al describir el mundo, la sociedad americana en su conjunto,
con sus defectos y virtudes.
Abandonando
esas pretensiones artificiosas, consigue, sin embargo, lo que otros
autores no ha podido y es redefinir nuestro entorno desde lo que es;
trivialidad, fanatismo, marketing, noticias, alertas terroristas y
una tecnología que automatiza al individuo convirtiéndolo tanto en
un consumidor en potencia como en propio objeto de consumo. Basta
acercarse a novelas como Cero
K
o Cosmópolis
para descubrir que las empresas mercadean con la vida y con la muerte
con total complacencia, sin ningún impedimento moral o jurídico.
Una
vez que hemos advertido el formalismo heterodoxo que caracteriza a
Ruido
de fondo,
DeLillo plantea un dilema existencial que recuerda a escritores de
generaciones anteriores como Huxley, Orwell o el propio Phlip K.
Dick; ese dilema consiste en si es lícito que el hombre sufra por
temer a la muerte. Si es ético que cualquier sujeto viva su vida con
esa espada de Damocles sobre su cabeza cuando puede existir, en el
contexto de la novela, una medicación que nos libre de ese temor.
El
protagonista, Jack Gladney, vive en una pequeña ciudad de Estados
Unidos con su cuarta esposa. Experto curiosamente en la biografía de
Hitler asume su existencia como cualquiera de nosotros, luchando
contra los contratiempos que su vida sentimental, claramente
compleja, implica. La aparición de una nube tóxica como
consecuencia de una especie de cataclismo nuclear va a condicionar la
vida de su familia y la suya propia, descubriendo que una de sus
esposas está siendo tratada desde hace tiempo con una medicación
para evitar el miedo a la muerte.
Como
sucede en Cosmópolis
o en Mao
II,
o en Los
nombres,
el argumento de la novela destaca por su singularidad paradójica,
por su anodino planteamiento del conflicto de intereses entre los
personajes y, sin embargo, todo parece coherente porque DeLillo
escribe desde la verosimilitud que proporcionan las distopías
elaboradas, fruto de unos temas y un estilo que se van repitiendo
obsesivamente en cada una de sus obras.
Ese
ruido de fondo solamente pertenece a Don DeLillo; es inimitable,
recurre a su propia literatura, a una literatura que pone en crisis
la aparente estabilidad de los sistemas económicos y tecnocráticos,
llevando al extremo un proceso continuo de deshumanización en el que
lo secundario para cualquier otro novelista se convierte en lo más
importante: diálogos banales, descripción de paisajes urbanos,
minuciosos detalles de marcas publicitarias y de toda clase de
rótulos, irrupción de personajes sin rostro casi, que dicen algo y
se desvanecen como fantasmas, los silencios, las elipsis.
Todos
estos elementos traducen una sensación paranoica en la que al
lector, como a los propios personajes, no les queda otra cosa que
asentir, ser arrollados por la propia escritura de una vida cada vez
más artificial y artificiosa, un futuro de deshumanización
consumada al servicio de los monopolios.
La
novela se erige así en una especie de réquiem que delata una de las
posibilidades de nuestro futuro. Lo peor de todo y en función de la
fecha de su primera edición, esa posibilidad puede que sea ya
nuestro presente. O al menos uno de ellos.
Basta
tan solo recopilar algunas de las intervenciones de los protagonistas
para percatarnos de la magnitud de una fatalidad de la que nos hemos
inmunizado.
“La
rutina puede llegar a ser mortal, Vern, si uno la lleva al extremo.
Tengo un amigo que afirma que ése es el motivo por el cual la gente
se toma vacaciones. No es para relajarse, ni para divertirse ni para
visitar sitios nuevos. Es para escapar a la muerte que existe en la
rutina”. (pág. 326).
“Podrías
depositar tu fe en la tecnología. Si te ha conducido a este estado,
también debería poder sacarte de él. De eso se trata con la
tecnología: por una parte consigue despertar nuestro apetito por la
inmortalidad; por otra, amenaza con nuestra extinción universal. La
tecnología es la naturaleza desprovista de lujuria”. (pág. 375).
“El
miedo es antinatural. Los truenos y los relámpagos también son
antinaturales. El dolor, la muerte y la realidad son cosas
antinaturales. No somos capaces de soportarlas tal y como son.
Sabemos demasiado. En consecuencia recurrimos a la represión, al
compromiso y al encubrimiento. Así es como logramos sobrevivir en el
universo. Se trata del lenguaje natural de las especies” (pág.
380)
“Opino,
Jack, que, en este mundo hay dos clases de personas. Los que matan y
los que mueren. La mayoría de nosotros pertenecemos al último
grupo. Carecemos de la disposición, la rabia o lo que sea que
configura la condición del que mata. Dejamos que la muerte tenga
lugar. Nos tendemos y morimos. Pero piensa en lo que debe ser
pertenecer al grupo de los que matan. Piensa cuán excitante resulta
—en teoría— matar a una persona enfrentándose directamente a
ella. Si ella muere, tú vives. Matar equivale a prolongar nuevamente
tu vida” (pág. 381).
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